Verdaderas
felicitaciones
Al
abrir la puerta de la casa que de nuevo compartía con Flaky, Flippy
se esperaba (naturalmente) otra tediosa pero comprensible (hasta
cierto punto, dependiendo de quién) visita de otro habitante del
Valle Feliz, cuestionando su decisión de volver a comprometerse con
la puercoespín. De buen talante recibió a Giggles, que lo amonestó
adelantadamente por cualquier daño que pudiera hacerle a Flaky,
viniendo ella en compañía de Petunia que le hacía coro con gestos
escondida tras su espalda y Lammy, que hablaba a través del señor
Pepinillo, con gran timidez pero colocando cada punto sobre su i.
Hasta le causó cierto alivio saber que durante su ausencia (por la
guerra y luego de su regreso, debido a los severos problemas mentales
que lo aquejaban), Flaky había sido tan bien cuidada por sus
semejantes y que a pesar de haber estado asociada con él en el
pasado, esto no cambió durante la larga jornada que dedicó a
volverse el mismo, más allá de todo trauma experimentado.
Soportó
también la mirada dura de Handy, esquivó sin dificultades la
amenaza del bastón de Mole y su dedo levantado en reprimenda,
también se limitó a alzar una ceja cuando Disco Bear le bailó una
coreografía ilustrándole cuánto debería temerle en caso de que
volviera a disociarse.
Sniffles
le habló de porcentajes de peligro y le preguntó si estaba
dispuesto a asumir riesgos, siendo más importante, por supuesto, que
también ponía a Flaky en esa posición.
Lumpy
le pegó un sermón algo hipócrita sobre responsabilidad...Y Nutty
trajo chocolates para felicitarlos por hacer las paces, aunque se los
comió en el camino y le pidió azúcar. Ni entró a la casa cuando
se la dieron, simplemente se la metió en la boca y comenzó a correr
en círculos por el jardín hasta desmayarse. Flaky llamó a una
ambulancia.
Días
ajetreados. Flippy pensó que ya había tratado con todos los
pobladores del Valle Feliz que los conocieran a ambos y su historial,
precisamente. No contaba a su padre, que no aprobó su decisión de
ir a la guerra y prefería no hablarle, ni después de enterarse de
sus problemas mentales. Al oír el timbre, supuso que habría pasado
por alto a alguien pero ya se preguntaba a quién al girar el pomo,
casi convencido de que encontraría del otro lado a los hermanos
Raccoon tratando de engañarlo para robarles a ambos.
No
pequeña fue su sorpresa al encontrarse cara a cara con
Splendid...que cargaba con un pastel de nuez y cuyo rostro estaba
surcado por lo que reconoció como...un semblante...¿situacional?
Parecía incómodo, un poco desafiante, quizás hasta escéptico.
—Felicidades.—comentó
ofreciéndole como regalo (¿Para el té? Flippy contuvo un suspiro,
sabiendo que tendría que invitarlo a pasar por muy mal que le
cayeran sus pretenciones maniáticas con respecto a la justicia y el
deber...para con ciudadanos a los que terminaba asesinando casi
siempre de manera más salvaje que Flippy inclusive y dispuesto a
pelear hasta el final, insistiendo con el bien realizado) aquel dulce
que sin duda había horneado él mismo, recientemente.
—Gracias.—contestó
Flippy, sin poder evitar alzar con levedad la ceja, solo de modo
menos pronunciado que ante Lumpy.
—Apuesto
a que vas a hacerla feliz.
No
podía ver los ojos de Splendid, que agachó la cabeza ni bien Flippy
aceptó su obsequio. La voz le temblaba y un poco las manos, al
depositar el plato sobre las palmas de Flippy, que no comprendía
nada pero tenía un inexplicable nudo en el estómago. Trató este de
sondear posibilidades...¿estaría Splendid interesado en Flaky como
más que amiga o damisela en peligro a rescatar?
Recobrar
la confianza entre ellos había tardado semanas de acercamientos
ligeros hasta que Flippy le demostró que ya no cambiaba. Los
testimonios de los demás habitantes del Valle del Árbol Feliz
sirvieron para corroborarlo y pese a temblar de pies a cabeza durante
los primeros encuentros, Flaky terminó por cederle el viejo espacio
arrumbado en su corazón, redecorándolo para que cobrara vida de
nuevo.
Charlaron en numerosas ocasiones hasta tarde y no recordaba
que su trato referido con Splendid hubiera sido más remarcable y
mayor motivo de secretos celos injustificados (rastros de Fliqpy,
maldito fuera) que el que le profesara Nutty, Cuddles, Toothy o
Sniffles.
¿Entonces?
—La
justicia no será administrada por sí misma. ¡Debo irme! Que
ustedes...sean felices.
Se
fue planeando casi sin despedirse, dejando a Flippy con una expresión
pasmada y el plato tibio todavía entre manos. ¿No era él, el
psicótico de esas tierras? El más perturbado, al menos. ¿Splendid
no tendría que seguir más o menos el ejemplo de los demás, hasta
llevándolo más lejos, digamos, secuestrando a Flaky “por su bien”
y provocándole una muerte horrenda, que llevara a Flippy a robarse
la Criptonuez de los hermanos mapache para ir a por una merecida
Vendetta?
El
suceso fue tan extraño que tras tomar el té con Flaky e irse a la
cama con una buena porción de bizcocho en el estómago, soñó con
eso. O más bien, volvió a ver a Diabólico fuera de su cuerpo,
sosteniendo un cuchillo Bowie contra su garganta y pronto apretándole
los labios contra los propios, robándole el aire y la sanidad
mental.
Así
fue como lo vio, experimentando una presión que se intercambiaba: a
un momento él era Flippy, el buen Flippy, abusado y violado por su
mitad terrible. Al siguiente, él era...¿Diabólico? Fliqpy, sin
duda alguna por la violencia del agarre que no controlaba pero que de
alguna manera rememoraba.
¿Y a
quién aprisionaba contra una cama desconocida, de sábanas de satén
azul y frazadas rojo vino? Splendid que gemía como una mujer,
acariciándole la nuca, llorando por las embestidas, el calor
insoportable envolviéndolos a ambos en dolor y placer.
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